Por: Aníbal Díaz González
¿Está usted mocho?.
¿Se quedó ciego?.
¿Le salieron pelos en la mano?.
¿Verdá que no?. Lo suponía. Ya se estrenó "El Código DaVinci" (o 'DaPinci', como le digo yo -póngale sonido de "ch" a la "c" si todavía no me capta, je je-) ¡Y NO PASÓ NADA!: No llegó el Apocalipsis, New Orleans no fue rematada por otro Katrina, la Iglesia Católica no se desmoronó y Camilo Sesto no grabó un nuevo disco. Todas las cosas malas previstas por el clero y los fanáticos religiosos no sucedieron y todos estamos sanos y salvos. ¿Y sabe usted por qué?. Porque, como le decía una tía amargosa a mi bisabuela que en paz descanse cuando ésta se emocionaba con las aventuras de la India María... ¡¡¡ES UNA PELÍCULA MAMÁ!!!.
Explico: hay mucha gente que aún no lo entiende, así que hay que rematar. "El Código DaPinci" es una obra de FICCIÓN, osease, de a mentiritas. Se le ocurrió a un wey que se llama Dan Brown, un escritor gringo que solía ser poco conocido entre el gremio, hasta que se puso a investigar, trabajar duro y ahora sí... ¡CHAN-CHAN-CHAN!, la historia de conspiraciones entre la iglesia católica, pistas que le darían dolor de cabeza hasta a Sherlock Holmes y una sexy criptóloga francesita salió publicada en 2003. Según estadísticas de internet, "El Código..." ya lleva la obscenamente excesiva cantidad de 60.5 millones de copias vendidas en todo el orbe, y de acuerdo a la revista 'Forbes', Brown tiene un salario anual de $76.5 millones de dólares (sólo las ganancias de las ventas de éste libro andan más o menos en $250 millones hasta el momento según 'Times').
Ahora, a lo que nos truje: la película está laaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaarga. Dura menos que 'Titanic' y poquito más que cualquiera de Rafael Inclán, pero hijoesu... la neta se pasaron. 454 páginas quedaron condensadas en 149 minutos de filme, tal vez es comprensible, pero aún así se siente eterna. Hay pocas secuencias de acción, bien hechas, no me quejo; sentí que a los personajes principales, el profesor Robert Langdon y la criptóloga Sophie Neveu (Tom Hanks con un peinado que a la crítica le preocupó más que la misma trama y la preciosa y tierna Audrey Tautou, protagonista de Amelié, respectivamente), les faltó más cohesión; a Alfred Molina no se le sacó el 'jugo' suficiente como el nefasto obispo Aringarosa; a Sir Ian McKellen le cayó como anillo al dedo el papel del ricachón excéntrico y el relativamente desconocido Paul Bettany se sacó 10 y estrellita en la frente en el papel de Silas, el monje de Opus Dei que hace el trabajo sucio de Aringarosa. Pero la película está cansada, insisto. Mucho verbo y poca acción opacan una trama relativamente interesante y una cinematografía impecable, con bellas locaciones y fotografía cuidada (bueno, esto último ni tanto. Ya entendí que Silas se flagela para limpiar sus pecados, no necesito ver sus ampollas reventadas ni sus cicatrices ocupando toda la maldita pantalla, gracias).
Con todo ésto, la película lidereó la taquilla en el fin de semana de su estreno, nadamás en Estados Unidos se embolsó $77 millones de dólares, mientras que las ganancias a nivel mundial fueron de $224 millones de billetes verdes (de a buenas que no se le puede sumar lo recaudado por los piratas en Tepito, si no sí que me pondría amarillo de la envidia y la avaricia). "Aníbal, oh Aníbal... ¿a quién o a qué le debe una película dominguera haber juntado tanta lana?" tal vez pregunta usted. ¿A los anuncios?... no. ¿A que es una de las historias más apasionantes jamás escritas? (jaJAjaJAja... PERDÓN, no me aguanté la risa)... nou. ¿Al peinado de Tom Hanks?... niguas. ¿Al sexy e inocente acento francés de la Tautou?... tampoco.
Todos éstos millones, amigos míos, son cortesía de la agencia de publicidad informal más grande, poderosa e influyente que ha conocido la historia humana: LA IGLESIA CATÓLICA. Mire usted: ¿quién se la pasó 'echándole leña' a la historia -desde que apenas era un librito- tildándola de hereje, sacrílega y demás? ¿quién sugería aventarse un boycot el día del estreno? ¿quién hacía juntas y ruedas de prensa para aclamar a los cuatro vientos que la obra de Brown desvirtuaba y trasgiversaba muchos cánones religiosos?. Dios mío... ¿pos qué pensaban? ¿que la gente no la iba ir a ver después de que el padre Juancho les dijo que no?. Caraho, ¿que no se acuerdan de "El Crímen del Padre Amaro"?. Mientras más le prohíban a uno hacer algo, más lo vamos a querer hacer. Dime que no quieres que vaya al cine y con más ganas voy a ir a ver. Punto. Ésa es una verdad prácticamente absoluta.
Ahora, vámonos a lo obvio. Si un libro, historieta, canción o parte trasera de una caja de cereal viene y me dice "Jesús estuvo casado con María Magdalena" (idea principal de la obra FICTICIA en cuestión), y yo soy un beato dogmático y cerrado, ¡ME VA A VALER CAJETA!. Voy a tener mis creencias firmes, mi fé va a ser inquebrantable y voy a seguir como si nada. No es necesario que un clérigo venga con un escapulario o rosario y me lo ponga en la frente y grite "EL PODER DE CRISTO TE SOMETE" para que yo no vea la película o para que no sea influenciado por ella. Y si somos personas que nos aplicamos a la lógica, obedecemos a la razón práctica y tenemos un poquito de cerebro, vamos a leer el tumbaburros de Brown o nos vamos a despachar la peliculota como lo que son en realidad, medios de entretenimiento: no me voy a poner a cuestionar mi existencia, mis creencias o cuál es el significado de la vida sólo porque un producto de Hollywood se aprovechó del éxito de una obra en otro medio para ganar dinero.
Punto final: Si no tiene nada mejor que hacer un domingo (y como tres horas de tiempo libre), vaya a ver "El Código DaPinci". O mejor métase a ver "Over The Hedge". Sale una ardilla que es bien botana.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario