En el umbral de la posible construcción del muro de la frontera, tres descendientes de mexicanos recuerdan casos de discriminación que presenciaron o vivieron durante su juventud e infancia en Estados Unidos.
Por: Aníbal Díaz González
Desde que comenzó la inmigración, tanto legal como ilegal de habitantes de países latinoamericanos hacia Estados Unidos de Norteamérica, un sentimiento xenófobo comenzó invadir las pequeñas e intolerantes cabezas de algunos ciudadanos angloamericanos. Desde patrones que explotaban a sus campesinos con jornadas y sueldos que rayaban en la esclavitud; hasta los modernos Minutemen, los inmigrantes que vienen desde 'south of the border', como dicen los gringos, han tenido que sortear infinidad de actitudes y obstáculos para tratar de prosperar en el país que dirige George Walker Bush. Por otro lado, la reciente propuesta de ley que incita a la construcción de un muro entre la frontera de EUA y México se encuentra resucitando ese arcaíco sentimiento racista en cierto sector de la población caucásica, tan 'eliminado' e 'inhibido' en nuestros días.
Tres habitantes del metroplex DFW -un activista, un artista plástico y una ama de casa-, americanos de descendencia mexicana, conversaron con éste semanario acerca de las experiencias que ellos vivieron en su niñez y adolescencia entre la década de los 60s y 70s, cuando se vivía en una América con las puertas abiertas pero con la mente cerrada, una América que vió nacer los derechos civiles de sus minorías... una América Racista.
'El Gobierno tenía cartas de disculpa por discriminación guardadas, era algo común'
Para Raymundo 'Ray' Vielma, cuyos padres llegaron a Texas procedentes de Nueva Rosita, Coahuila; su infancia y adolescencia se trataron más de ver como se discriminaba a otras razas en lugar de los latinos.
"Yo la verdad no me acuerdo mucho que hubiera discriminación para los mexicanos. En los autobuses sí me acuerdo que a los 'morenitos' los echaban hasta los asientos de atrás hasta que pasó lo de Rosa Parks, pero uno sí se podía sentar dónde quisiera", comentó optimista Vielma. "Algo parecido pasaba en el cine. Los 'morenitos' debían sentarse en el balcón y uno sí podía sentarse dónde uno quisiera."
Ésto no significa que Vielma haya vivido un cuento de hadas en el rubro de la igualdad durante su niñez. Se acuerda, por ejemplo, que a la hora de ir a un restaurante a los mexicanos o chicanos 'otro gallo les cantaba'. "Cuando uno iba a un restaurante", prosiguió Vielma, "no podíamos entrar directamente a sentarnos a comer en las mesas. Si uno quería pedir algo tenía que hacerlo por una ventanilla que había atrás o en un lado del local y nos teníamos que llevar la comida a otro lado. Éso era más para South Texas, acá (en Dallas) eso no pasaba."
Algunos de los hermanos de Ray, e incluso él mismo y sus hijos, siempre han tratado de ayudar a los paisanos o a sus descendientes 'a la hora de los cates' ante instituciones o dependencias de gobierno abusivas. Además de dedicarse a servicios de notarización pública y a las ventas de distintos artículos, Vielma ha sido un activista en pro de los derechos de los latinos desde hace muchos años, e incluso fue presidente de LULAC Texas durante la década de los 70s.
"Mi hermano Cándido era Juez en Greeley, Colorado, pero antes tuvo muchos puestos en la ciudad, fue subiendo poco a poco", continuó su relato Ray. "Con él llegaba mucha gente que se quejaba de la forma en que los trataba el city (ayuntamento). Éstas personas querían una disculpa firmada en casos de discriminación. Cuando llegaban a pedirla, cualquier trabajador del gobierno ya tenía un cajón con cartas de disculpa hechas, ya era algo cotidiano para ellos. Nomás decían '¿quieres una carta?, ahí está. ¿quieres otra? aquí hay más."
Cuando Vielma fue líder de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos dice que los casos de discriminación no le llegaban, sino que él los buscaba. "Algo de lo que me acuerdo es que íbamos con el manager de los centros de baile porque no dejaban entrar a los mexicanos. La razón que nos daban es que sí podían dejar entrar a cualquier persona, siempre y cuando vinieran a bailar, a divertirse y así, no hay nada malo en eso... pero (los mexicanos) iban y llevaban droga, había broncas y peleas, la policía iba muy seguido."
Tiempo después de terminar su etapa en LULAC, Vielma intentó formar parte del Departamento de Policía de Dallas pero no fue posible. "Cuando quise ser policía pasé todas las pruebas, pero a la hora de la hora me dijeron que no querían que yo fuera oficial por mis antecedentes como 'alborotador', radical y activista. Yo la verdad no me quejé ni les llevé la contraria porque tenían razón", comentó sonriente Vielma.
'Mi amigo quiere una hamburguesa ¿¡Tienes un problema con eso!?'
Desde hace algunos años, Dallas se ha convertido en un nicho discreto pero entusiasta para el arte latino. Uno de los principales promotores de éste movimiento artístico en la ciudad es José Vargas, de 56 años, y quién funge actualmente como curador (la persona que decide cuáles son las obras que conformarán una exhibición) del Centro Cultural Ice House, ubicado en Oak Cliff. Los abuelos de Vargas nacieron en Piedras Negras, Coahuila, así que él es parte de la segunda generación de su familia que nació en Estados Unidos. Los primeros recuerdos que le vienen a la mente a José son las experiencias de la infancia de su padre que éste le platicaba. "Mi papá sólo pudo estudiar hasta el cuarto grado de primaria. Una vez la maestra lo pasó al frente de la clase y dijo 'Si alguien tiene problemas con que éste mexicano estudie aquí, sólo dígalo...' y lo sacaron. Mi papá mejor se fue a trabajar en la labor", comenta Vargas.
Más adelante, los vistazos de una realidad salpicada con detalles racistas fueron impactando poco a poco a José. "En las tiendas había signs que decían 'No mexicans allowed' ('No se permiten mexicanos')." Y en cuanto a su familia, Vargas dice que "había cines para negros y para mexicanos. Cuando a mi papá le pagaban también les daban dinero a los chiquillos y todos se iban corriendo a las películas. Mi hermano tenía un amiguito negro, y si querían ir juntos al cine no podían: cada quién tenía que ir al cine que era para ellos. Él se enojaba mucho."
A los 19 años, Vargas ingresó al ejército. Después de prestar su servicio militar juntó el dinero suficiente para comprar un automóvil pero no sabía manejar, así que le pidió a un amigo angloamericano que le enseñara. Así mismo, el artista quería visitar a una muchacha que le gustaba en aquel tiempo, así que la clase le sirvió también para viajar a ver a su 'Julieta'.
"Nos paramos en Indianápolis, Indiana, en un restaurante de hamburguesas y me puse en la fila para pedir nuestra orden", continuó José. "Cuando estuve frente a la caja, el que atendía dijo '¿le puedo ayudar señor?', pero le estaba hablando a la persona que estaba atrás de mí. Cuando le dije que era mi turno, simplemente me ignoró y siguió hablándole al de atrás". Contrariado, Vargas regresó con su acompañante. "Mi amigo dijo, 'where are the burgers?' ('¿dónde están las hamburguesas?'). Le dije, 'no me quieren servir, no sé por qué'. Él se enojó y nos fuimos a formar de nuevo y se puso atrás de mí. Cuando llegamos a la caja otra vez pasó lo mismo. Mi amigo estaba alto, se enojó y le dijo al cajero 'mi amigo quiere una hamburguesa ¿¡tienes un problema con eso!?'. El muchacho nomás se asustó y dijo, 'no señor, diga, ¿en qué le puedo servir?'".
Los 'detalles' de la clase de manejo no pararon ahí. Cuando llegaron a una gasolinera, el amigo de Vargas se bajó a pagar y a cargar el tanque. Un extraño se le acercó, y viendo que José estaba dentro del automóvil, le dijo al otro hombre "¿por qué te bajas tú a cargar gasolina, por qué no mandas al mexicano?." A lo que el amigo de Vargas contestó "ése mexicano es mi amigo y es el dueño del auto. Mejor métete en tus propios asuntos". Fin de la discusión.
"Acá en Dallas ya hay muchos mexicanos", concluyó Vargas. "Así que ahorita ya no he visto casos así".
El próximo mes de febrero, José presentará la exhibición anual 'El Corazón', en el Bath House Cultural Center, también en Dallas.
'Mija, si le dicen wetback... ¡Chín%&*selos!'
Margarita Grimaldo vive en Fort Worth, es ama de casa. Hija de madre mexicana y padre texano -también de raíces aztecas-, poco después de nacer en Lubbock se mudó con su familia a Bennett, Colorado, dónde vivió su infancia rodeada de, ella dice, "mucho gringo racista".
"Cuando yo vivía ahí, como por los 60s, éste estado era muy racista", inició su relato Grimaldo, quién es la integrante de un numeroso núcleo familiar integrado por 4 hermanos (uno de ellos ya falleció) y 5 hermanas. "Cuando yo era chica no hablaba nada de inglés, y en la época que nosotros nos fuimos para Colorado no había mexicanos ni latinos, así que se nos hizo muy difícil adaptarnos a la escuela. Todos los niños se burlaban de nosotros, nos decían muchos apodos como 'greasy texans' (texanos grasosos), 'wetbacks' (mojados), y así, muchas cosas ofensivas". Cómo remedio a ésta andanada de insultos, ante las lágrimas y quejas de su hija el padre de Margarita le aconsejó una solución simple pero efectiva. "Mija, si le dicen wetback... ¡Chín%&*selos!, me decía mi papá, y fue entonces cuando me tuve que enseñar a pelear." Éste mecanismo de defensa metería en problemas a Grimaldo más adelante, ya que comenzó a emplearlo no sólo con sus compañeros escolares, sino también con sus maestros, de quién Margarita comenta que "los teachers de allá se desesperaban mucho con una por el problema del idioma. Explicaban algo y pos uno no les entendía y nos empezaban a decir cosas como 'fucking mexicans, you won't learn anything!' ('¡p!nche$ mexicanos, no aprenderán nada!') . Y como antes las leyes de los golpes a los alumnos no estaban tan estrictas como ahora, los maestros nos pegaban cada que podían. Cuando estaba en séptimo grado un maestro se enojó y dijo que estaba cansado de mí, agarró una ruler de madera así grande, y me pegó en la espalda. Yo luego luego me le fui encima a pegarle hasta que le mandaron hablar a mi papá", recuerda Margarita ahora con gracia.
Sin embargo, la discriminación no se limitó a las aulas. "En los camiones los choferes nos apuraban y nos gritaban muy feo, y allá sí nos echaban hasta los asientos de atrás", indicó Grimaldo. "Cuando uno iba caminando entre los asientos nos metían el pie y nos decían de cosas. En las tiendas también... en casi todos los lugares no nos bajaban de 'greasy texans'".
La peor experiencia que Margarita conserva en su memoria es referente a un amargo 'malentendido' en el que se involucró su padre. "Los chicanos de allá nomás hablaban inglés. Una vez mi papá iba por la calle y uno de ellos le empezó a decir cosas, hasta los mismos chicanos eran racistas con la gente que nomás hablaba español. Mi papá no le quería hacer caso, y el otro le buscó pleito y le empezó a pegar. Llegó un policía, mi papá no supo explicarle lo que pasó y se lo llevaron... estuvo encerrado como por cuatro días. Nunca le dijeron por qué, ni cuando lo soltaron".
Fue hasta principios de la década de los 80s cuando las nociones racistas hacia los norteamericanos dejaron de ocupar la mente de Margarita. "Más o menos como en 1981 mi esposo y yo nos movimos para Iowa, ¡y vieras qué bien nos trataron!... todos los del pueblo onde vivíamos eran gringos, se me hace que nos trataron tan bien por ser los únicos mexicanos, se les hacía raro que estuviéramos ahí", vuelve a reír Margarita. "Hasta comité de bienvenida nos llevaron, así como a cualquier vecino nuevo. Fue bueno darse cuenta de que no todos los gringos son iguales."
(Fotografías por Aníbal Díaz González, excepto 'José Vargas en los Murales del Ice House', por Enrique Fernández Cervantes).
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