Por: Aníbal Díaz González
Que yo me acuerde, nunca he andado a la moda. No he procurado vestirme con "x" o "y" marca, no compro ropa para verme más joven ni tampoco para verme más viejo. También, que yo me acuerde, siempre he procurado vestirme y peinarme de la manera en la que me sienta más cómodo. Siempre. Y ahora que soy reportero, con más razón: eso de pasar por lo menos tres días a la semana para arriba y para abajo por todo Dallas se antoja para traer unos tenis, jeans y camiseta, ni más ni menos. Dicen las malas lenguas (y las buenas también) que Albert Einstein, en la etapa final de su vida, llevaba su emblemático peinado 'a la desgreñé' porque el poseedor de una de las mentes más grandes de la historia humana consideraba que era un desperdicio de tiempo ocuparse de su aspecto personal, y que bien podía ocupar esos minutos de vanidad y frivolidad en algo mucho más importante, como el haber elaborado la teoría de la relatividad. "¡Pero él era Einstein, boludo!, ¡¿Qué te pensás?!", me dijo uno de mis mejores amigos el otro día (argentino, por si no se dió usted cuenta), tratando de enfatizar que a veces mi imagen deja mucho que desear.
Siguiendo con mi autoanálisis, considero también que me sé vestir a la altura de las circunstancias: no es lo mismo llegar a la inauguración de las obras de construcción de una escuela entre tierra, materiales y el sol a todo lo que dá, a llegar a una entrevista con, digamos, la comisionada para el caso de las muertas de Juárez durante la Convención Nacional de Periodistas Hispanos. Hay que saber cuando la formalidad es hasta tácita u obligatoria y cuándo podemos vestirnos y andar como Juan por su casa.
Mi escaso sentido de la moda ya me ha hecho pasar momentos chuscos, debo admitirlo. Por otro lado, también me ha hecho pasar corajes. Dentro de los momentos graciosos me viene a la memoria una de las veces que acudí al Centro Cultural Latino a la inauguración de una exhibición, lo cual coincidió con el inicio de labores de una nueva encargada de prensa (la anterior sí me conocía, ésta no). La mayoría de los artistas -pintores, escultores, fotógrafos- por lo regular se visten peor que un porro pseudohippie de la UNAM, así que cuando voy a éste tipo de eventos no procuro 'componer' mi imágen ni mucho menos tratar de parecerme a Pinpón (el muñeco guapo y de cartón que se lava la carita con agua y con jabón). Total, su seguro servidor estaba en la entrada de una de las galerías del Centro, y en éso escuché unas voces junto a mí: "oye, ¿no haz visto al reportero que dicen que acaba de llegar?, tengo que entregarle éste comunicado", le preguntaba la encargada de prensa mencionada a una muchacha que aparentemente era su ayudante. "Sí, aquí está, es él", le contestó la chica señalándole al Aníbal. "¡Ay, perdón!, hola, ¿cómo estás?... perdón, de veras, ¡es que yo esperaba ver a un señor de corbata y de traje!". "Aaaaay nena... pos ni que estuviéramos en una funeraria", pensé como de consuelo mientras recibía los documentos con la información de la exhibición con mi sonrisota de cortesía. En cuanto a los corajes, tengo que reconocer que los he pasado por culpa mía, ya que a veces he acudido a eventos 'de caché' no muy formal que digamos pero sin hacerlo a propósito (tal vez porque previo a un evento de esa naturaleza venía llegando de otro en el que la elegancia no era un requerimiento) y sí he sentido el peso de las miradas marca "que-naco-cómo-se-le-ocurre-venir-así-a-éste-pelafustán".
"Vivimoh en una sociedah superficial, locoh, ¿que le vah a hacer?", siguió aconsejándome mi amigo llegado de la Pampa, y debo decir que tiene toda la absoluta, clara, aplastante, indiscutible y positiva razón. La primera impresión siempre es la más importante, éso es un hecho. Incluso yo, que me jacto a los cuatro vientos de que siempre espero a que una persona hable para formarme una opinión acerca del individuo en cuestión me he ido con la finta una que otra vez, todo por la manera en que el fulano o fulana están vestidos. Yo no digo que no haya que estar presentables nunca, ni que hay que hacerle el fuchi a la formalidad. Lo único que quisiera difundirle a mis paisanos y a cualquier otro latino (en la medida que se pueda) es que siempre hay un lugar y un momento para andar ataviados de tal o cual manera. ¿Qué es eso de andar caminando con la panzota de fuera en los pasillos de los supermercados? ¿o qué tal esa costumbre tan macuarra de traer la camisa desabotonada, dizque pa'l calor?... señores, tal vez se infarten o no me crean cuando les diga ésto, pero esas tendencias causan muy mala impresión (parecen borrachos, fodongos, violadores, etc., etc., etc). Damas, mis damas mexicanas: ustedes son los seres más bellos de la creación. ¡¿POR QUE CARAJOS ARRUINAR ESA BELLEZA ANDANDO TODAS DESCHONGADAS O SIN BAÑAR, DIOS MÍO?!. Andemos bien, con nuestra ropita tal vez modesta, pero eso sí, limpios y presentables. Ahora vámonos al otro extremo: los paisas, en nuestra inocencia o ingenuidad, a veces caemos víctimas de la publicidad y la comercialidad. Usted de seguro tiene un vecino, amigo, primo, conocido o enemigo que siempre llega diciendo "Mira güey, me compré una camiseta, ¡¡¡ES TOMMY!!!... y mira, me compré un pantalón, ¡¡¡ES WRANGLER!!!". "¿Y...?", es lo que les contesto siempre a éstos especímenes, pero ni así aprenden. A lo que quiero llegar es a que el vestirse bien y andar cómodos no tiene nada que ver con la etiqueta que cuelga de nuestras prendas, sino que simple y sencillamente con traer nuestra ropa planchada e impecable es suficiente. CONCLUSIÓN: Démonos cuenta de que no a todas partes podemos ir con el sombrerote texano (o con la gorra pa' atrás, como el que escribe éstas líneas), pero también de que hay que vestirnos como mejor nos sintamos. Tal vez sea un poquito difícil encontrar ese balance, pero de que se puede, se puede.
sábado, 2 de diciembre de 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
Comparto tu opinión.
Publicar un comentario