Por: Aníbal Díaz González
Hace algunas semanas, durante una típica y volcánica tarde de verano texana, mientras manejaba por carretera hacia mi casa escuché un ruido que vencía a los graznidos
del cantante que salían de las bocinas del estéreo de mi auto. -"¡Ah canijo!"-, pensé para mis adentros, -"creo que algo anda mal"-. Aún así continué ignorando las señales de
auxilio de mi carro, y seguí circulando sobre la autopista 30, cerca de Grand Praire, entre Dallas y Fort Worth.
De pronto, vi que del lado derecho de mi automóvil estaban saliendo chispitas. "¡¡DESCUBRI UNA MAQUINA DEL TIEMPO COMO LA DE "VOLVER AL FUTURO!!"... ¡¡EUREKA!!", exclamé emocionado. -"Ahorita esta cosa hace implosión y voy a ver carros voladores"-, pero no. No descubrí el invento que a Michael J. Fox le daría ganancias durante tres filmes, sino algo más terrenal: se me había ponchado una llanta y de ésta sólo quedaba el rin. Me orillé.
Esperanzado, revisé la cajuela de mi auto y afortunadamente encontré un gato (para las personas que son más neófitas que yo hacia los asuntos de mecánica cabe aclarar que el gato en cuestión era de los que levantan coches, no un pariente de Garfield), y una herramienta de esas que sirven para quitar las tuercas de las llantas (en México les decimos crucetas, no sé en su país).
Como Dios me dió a entender procedí a levantar el auto con el gato, al momento que le llamaba a mi tía Rosa para que mandara ayuda. -"The number that you have dialed is not available right now. Please..."- me dijo la máquina contestadora. Dammit.
En ese preciso momento se orilló un coche frente al mío, aparentemente un buen samaritano que me prestaría su desinteresada asistencia. -"I will charge you $25 dollars to help you get back on the road"-, fueron las primeras palabras que salieron de su boca. -"¿¿¡¡WHAAAT??!!"-, le contesté discretamente a esta "alma caritativa", quien procedió a entregarme su tarjeta de presentación para posteriormente marcharse en su auto.
Dispuse una de las puntas de la cruceta sobre el rin de la llanta. Empujé. Di vuelta. Recé. Le recordé a su mamá como 20 veces. Pujé. Me puse rojo. Me paré sobre la cruceta como acróbata del Cirque Du Solei. Repetí este ritual un par de veces más y logré sacar UNA de las tuercas. Faltan cuatro. Volví a usar la misma técnica, que gracias al cielo resultó ser efectiva en una tuerca más. Marcador hasta el momento: Conductor frustrado: 2, Llanta Ponchada: 2.
Estamos empatados.
Volví a llamar a mi tía y la contestadora me volvió a saludar. Desanimado, le dejé un mensaje. A falta de la caballería de los parientes, hubo que recurrir a una nación aliada: le hablé Luis, mi amigo el argentino, quien llegó 30 minutos después. Uniendo fuerzas, el coterráneo de Sandro de América y yo sacamos una tuerca más, pero aún teníamos que encarar nuestro reto más difícil: la última tuerca, aquella que siempre es la más conflictiva, la más dura de aflojar, la Bruce Willis de las tuercas.
Colocamos una de las puntas de la cruceta sobre mi enemiga. Empujamos. Dimos vuelta. Rezamos. Le recordamos a su mamá como 40 veces. Pujamos. Nos pusimos rojos. Luis se paró con sus 200 libras de rocanrol sobre la cruceta como acróbata del Circo Atayde. Repetimos el ritual un par de veces más y nada... Luis se tuvo que ir. Otra vez me quedé solo.
En eso, en el horizonte alcancé a ver una camioneta que parecía vehículo de la NASA. De ella descendieron un par de individuos con uniforme con detalles verdes. "¡Diosito Santo!... ¡¡LA MIGRA!!.. ¡a correr!", grité espantado, pero antes de arrancar a toda velocidad alcancé a ver un logotipo que decía "Road Assistance. City of Dallas, Texas". Respiré aliviado, recuperé la compostura y me acerqué hacia uno de mis más recientes visitantes para contarle los detalles del percance. El... ¿oficial? me escuchaba atentamente con cara de héroe de película diciendo "don't worry, we'll take care of this", mientras se inclinaba a quitar la aguerrida tuerca.
Colocó una de las puntas de la cruceta sobre ese pequeño pedacito de metal que en ese momento seguía siendo más rudo que Stallone en sus mejores épocas. Empujó. Dió vuelta. Rezó. Le recordó a su mamá como 80 veces. Pujó. Se puso rojo. Me dijo que me parara sobre la cruceta como acróbata del Ringling Brothers. Repetimos este ritual un par de veces más y la tuerca no cedió. Ambos empleados gubernamentales se dieron por vencidos. Me abandonaron.
La noche estaba por caer, igual que mis esperanzas de salir de ésta. Veía impávido a los demás conductores, felices, sonrientes, pasando a toda velocidad junto a mí, ajenos a mi dolor, a mi desesperación, a mi extrema frustración de saber que los impuestos que pago no alcanzan para que los de la patrulla de asistencia tengan las herramientas adecuadas para poder ayudar a alguien como yo, una persona que de mecánica sabe lo mismo que Britney Spears sabe acerca de maternidad.
Exahusto, sediento, sudoroso y acabado, me recosté en el asiento trasero de mi auto. Como 20 minutos después, mis oídos no daban crédito a lo que inmediatamente confirmarían mis ojos: escuché la voz de mi tío Pancho, quien había recibido una llamada de mi tía Rosa contándole mi odisea para después dirigirse presto a la escena del siniestro. Lo acompañaba mi tío Pelón, quien sin más procedió a bombardearme con una serie de "hubieras": "Te hubieras esperado a que contestara tu tía", "no hubieras barrido la tuerca", "hubieras cargado mejores herramientas", y muchos éxitos más de esta popular colección de regaños. Casi le digo "si hubieras usado shampoo contra la calvicie no tuvieras el apodo por el que todo mundo te conoce", pero me contuve, no quería empeorar las cosas. En cambio mi tío Pancho, haciendo gala del calificativo "frío y calculador", se acercó a la llanta. La observó, le aplicó el muy querido aceite "aflojatodo" y, utlizando un raro combo que consistió en un zanco para construcción, un desarmador, un martillo y una palanca, liberó a mi llanta de la maldita tuerca. Todos gritamos eufóricos y felices, al tiempo que llegábamos a la conclusión de esta aventura.
Cambiamos el neumático y regresamos con aire triunfal a casa, dejando atrás asfalto caliente, pedazos de hule quemado y conductores orillados en el camino por sus propios problemas.
miércoles, 8 de agosto de 2007
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